Tuesday, October 10, 2006

Algunas cosas no cambian (nunca?)

En una situación donde los sentidos están sobrecargados por la diferencia, no está mal, de vez en cuando, encontrar cosas que no cambian, que son iguales, o muy parecidas, a lo que estamos acostumbrados. Estas cosas inmutables, como la madalena de Proust, te permiten reengancharte, aunque sólo sea por un momento, a la realidad que has dejado atrás, a unos puntos de referencia conocidos.

En mi caso, tengo una gran madalena: el trabajo y, sobre todo, el lugar de trabajo. Es obvio: trabajo en una multinacional del sector de las tecnologías de la información, que se caracteriza (todo el sector, no sólo mi empresa) por la uniformidad, tanto en la manera de trabajar como en el espacio físico.

Así, cuando llego al trabajo y subo en ascensor hasta mi piso, entro en un espacio, un no-lugar, que podría estar en cualquier parte del mundo. Mi cubículo de trabajo (mi puesto de engorde, como diría Douglas Copeland) es mi punto de entrada al país de nunca jamás de las tecnologías globales:


Pero, en el fondo, esa homogeneidad es pura apariencia. Aunque es verdad que mi cubículo podría estar en cualquier otro de los laboratorios de desarrollo que mi empresa tiene alrededor del mundo, no hace falta más que mirar por la ventana, y ver el barrio de chabolas cercano, y los autorickshaws aparcados a la entrada, o bajar un piso a la cafeteria y oler la comida picante, o hablar con los compañeros, frente a un café, sobre cómo celebrarán la próxima fiesta de Diwali, o ver las mujeres en la oficina vestidas con shalwar o sari, para darse cuenta que esta burbuja vive en un lugar concreto.

La moqueta, las paredes del cubículo y la silla, con sus cinco mandos para ajustar la posición, dan una sensación de entorno conocido, de deja-vu, que en algún momento de duda pueden ser reconfortante. Pero, como los recuerdos que abre la madalena, esa sensación sólo dura unos segundos...

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